miércoles, 27 de julio de 2016

Fragmentos, pedazos, de un hombre: “KNIGHT OF CUPS”, de TERRENCE MALICK



[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTE FILM.] Para ver, y apreciar, Knight of Cups (2014) hay que conocer y aceptar ciertas “reglas de juego” propuestas por su realizador, Terrence Malick, quien lleva aquí al extremo la apuesta formal emprendida por su filmografía a raíz de El árbol de la vida (The Tree of Life, 2011), y proseguida en To the Wonder (ídem, 2015).


Comentaba con respecto a esta última: “téngase en cuenta, y a la espera de ver los resultados finales, que inmediatamente después de To the Wonder Malick ha concluido nada menos que otros ¡tres! largometrajes: Knight of Cups (2013) [al final fechado en 2014], protagonizado por Christian Bale (quien era el protagonista inicialmente previsto para To the Wonder), Natalie Portman, Teresa Palmer, Cate Blanchett, Wes Bentley, Isabel Lucas, Antonio Banderas, Imogen Poots y Freida Pinto…;


…un film sin título provisionalmente conocido como Untitled Terrence Malick Project (2013), con Ryan Gosling, Christian Bale, Michael Fassbender, Natalie Portman, Rooney Mara, Cate Blanchett, Val Kilmer, Benicio del Toro, Holly Hunter y Bérénice Marlohe [ahora titulado Weightless; fechado en 2016 y recientemente concluido; se anuncia como “dos triángulos amorosos interrelacionados. Obsesión y traición en el mundo musical de Austin, Texas”]…;


…y Voyage of Time (2014) [un documental asimismo con fecha de 2016], con Brad Pitt y Emma Thompson como narradores [que las notas de prensa anuncian como: “Documental existencialista sobre la naturaleza narrado por Brad Pitt y Emma Thompson y rodado para cines IMAX. Según apunta uno de los productores del documental, Bill Pohlad, en la película podremos ver: “Imágenes de medusas, embriones de cocodrilo, nebulosas, un enorme cañón en Utah y Ganimedes, la luna de Júpiter”. El documental tendrá dos versiones. La primera, con estreno exclusivo en IMAX, contará con Brad Pitt como narrador y tendrá una duración de 40 minutos. El segundo, pensado para su estreno comercial internacional, durará hora y media y llevará la voz de Cate Blanchett”].


Ello es una versión corregida y aumentada de lo que Malick siempre ha hecho: filmar y filmar casi con frenesí, y a partir de una determinada cota de material llevar a cabo un montaje, con la diferencia de que, de la misma manera que en To the Wonder aparecen subrepticiamente imágenes ya utilizadas en El árbol de la vida (al menos así consta en sus créditos finales), sus tres nuevos proyectos rodados consecutivamente son, en el fondo, tres montajes, o si se prefiere, otras tantas versiones de un mismo macro-proyecto –de ahí que los nombres de Christian Bale, Cate Blanchett y Natalie Portman se repitan en los elencos de los dos primeros mencionados [Knight of Cups y Weightless]–, y cuyo sentido puede que no percibamos por completo hasta que hayamos visionado todos los eslabones que lo componen. Esa manera de trabajar explica que, como ya ocurrió por ejemplo en La delgada línea roja [The Thin Red Line, 1998], de cuyo montaje definitivo para cines “saltaron” algunas de las estrellas de su reparto o vieron reducida significativamente su participación –caso este último de George Clooney–, en To the Wonder haya desaparecido del montaje para cines –y a falta de saber en estos momentos si habrá más adelante un director’s cut más extenso– la participación de figuras como Rachel Weisz, Jessica Chastain, Michael Sheen, Amanda Peet y Barry Pepper; y ya veremos cuántas de las de esos tres nuevos films “sobreviven” en los montajes que se verán cuando se estrenen”.


Añadía a continuación: “Menciono ese frenesí porque, si bien ya se percibía en sus anteriores películas, pero se hace todavía más patente en To the Wonder, esta última parece más improvisada que nunca. Desde este punto de vista, no se le puede negar sentido del riesgo a un film que, por así decirlo, renuncia explícitamente a narrar en el sentido más convencional de la expresión, de tal manera que el argumento –mínimo, ya lo hemos visto– se nos aparece más que nunca como una mera excusa para trenzar con carácter narrativo un (otro) esplendoroso carrusel de bonitas imágenes, cuya belleza, empero, resulta aquí más hueca que de costumbre en su autor, habida cuenta su tono volátil y en el borde mismo del esteticismo pueril”. Concluyendo que “Malick retoma la estrategia formal de determinados momentos de El árbol de la vida y convierte la narración en un encadenado de imágenes que, por la vía de una planificación donde abundan los encuadres en movimiento, y un montaje que a ratos crea asociaciones entre esas mismas imágenes pero que en no pocas ocasiones también parece “dejarse llevar” por cierta idea de espontaneidad que “rompe” la fluidez de lo narrado, acaba creándose así la ilusión de estar presenciando una película casi “flotante”, situada en un ambiguo plano intermedio entre lo real y lo onírico, entre el cielo y el suelo: recuérdese que estamos hablando de un film que busca desde el principio y en todo momento ser trascendental(1).


Muchas de las impresiones que me produjo To the Wonder pueden aplicarse perfectamente a Knight of Cups, pero en esta ocasión hay una gran diferencia, a mi entender positiva, de esta última con respecto a la anterior película de Malick. La narración, a pesar de estar construida con esa misma sensación de ligereza, de liviandad, es mucho más sólida y está mejor apuntalada a nivel dramático y de construcción de secuencias. Knight of Cups me parece un perfeccionamiento de lo que To the Wonder apuntaba tan solo de manera embrionaria: un relato sensual y sensitivo, construido íntegramente alrededor de la imagen, prácticamente sin diálogos salvo algunas puntuales (y pertinentes) acotaciones en voz over. En mi opinión, Malick consigue aquí algo tan solo apuntado y parcialmente logrado en To the Wonder: un film que “habla” en imágenes pero que al mismo tiempo ataca la noción de que en cine siempre hay que enseñar “algo” (personajes, lugares) o contar “algo” (hechos, acciones); una película que no pretende explicar “cosas”, pero que al mismo tiempo le concede el suficiente margen de percepción y reflexión al espectador para que este extraiga sus propias conclusiones; un film que sugiere infinidad de ideas pero que, a simple vista, parece hueco y estéril, como hueca y estéril es, a simple vista, la vida de su principal protagonista, Rick (Christian Bale).


Vemos que Rick trabaja en Hollywood; las notas de prensa le describen como un guionista, aunque en ningún momento de la película le veamos ejercer su profesión, ni hay nada que nos indique que esa es su forma de ganarse el sustento. Pero la cuestión no es si Rick es o no guionista, sino si eso importa. Particularmente, creo que no. Que lo que importa –al menos, a efectos narrativos– es que Rick se desenvuelve por los ambientes del mundo del cine, y, por ende, por todos aquellos que están aparejados con lo que se conoce como mundo de la fama: fiestas, cócteles, sesiones de fotos, discotecas, piscinas, almuerzos, bebida, sexo, drogas, música, diversión, frivolidad… Superficialidad, pero al mismo tiempo, pureza. Para Malick, todo eso que hemos enumerado lo es con mayúsculas: Fiestas, Cócteles, Sesiones de Fotos… Lo son todo y, al mismo tiempo, no son nada. O, mejor dicho, son la Nada. En consonancia, Malick retrata toda esa vulgaridad, toda esa mierda, con una cámara nerviosa y en perpetuo movimiento, como si Rick y los demás asistentes a esos eventos sociales que, precisamente, están al margen de la sociedad real, fueran tiburones que necesitan estar en perpetuo movimiento, aunque no estén haciendo absolutamente nada, so pena de dejar de respirar, asfixiarse y morir. La idea no es nueva, por descontado, pero está expuesta con energía, y, sobre todo, con coherencia: la fealdad de lo que se muestra se corresponde con el cómo se muestra; los planos con gran angular u ojo de pez presentan deformemente un mundo ya de por sí deforme. Malick es un moralista, pero no cree en las moralejas, y hace un cine moralista porque cree en la Moral, en su sentido más amplio y espiritual; porque la suya no es la moral social o la moral religiosa “biempensante”, sino una moral universal y, como siempre en él, trascendente.


Aunque a simple vista pueda no parecerlo, Knight of Cups sigue una construcción narrativa muy precisa. El título del film, traducible como “caballero de copas”, hace referencia a la carta del tarot conocida en castellano como “rey de copas”, la cual simboliza, dependiendo de hacia qué lado caiga, momentos de cambio en la vida de la persona y experimentación de nuevas emociones de naturaleza romántica, o, por el contrario, los problemas que esa misma persona tiene para discernir entre la verdad y la mentira: algo que encaja muy bien con el carácter de Rick, quien se pregunta: “¿Dónde me equivoqué?”. Fragmentos, pedazos, de un hombre, como apunta la voz en off hacia el principio del relato. Se crea o no en el tarot y su significado, la película remite a su simbología en siete de los ocho capítulos en los cuales la trama está dividida, algo puntualmente indicado mediante rótulos: “La Luna”, “El ahorcado”, “El ermitaño”, “Juicio”, “La torre”, “La gran sacerdotisa” y “Muerte”. El episodio final se titula “Libertad”. A pesar de esa compartimentación del argumento, cada uno de estos capítulos no es independiente de los demás, sino que personajes que aparecen y situaciones que se plantean en un episodio reaparecen en momentos determinados de otro u otros episodios, pues todos los capítulos no son compartimentos estancos, sino que forman parte de la vida de Rick y tienen, para él (y para Malick, como narrador), la misma importancia. Pero, antes, Knight of Cups se abre con un primer bloque introductorio, a modo de prólogo.


Significativamente, la película empieza con la locución en off del Himno de la Perla, Acto IX, capítulos 108 a 113 de los Hechos o Actos del apóstol Tomás, el cual hace relación a la metafórica historia de un rey que envió a su hijo a buscar una perla preciosa, y cómo el hijo, desmemoriado, se extravió por el camino, alargando su viaje en busca de dicho tesoro. Según Mircea Eliade, el Himno de la Perla simboliza la necesidad del individuo de volver a sí mismo para recordar su naturaleza original, de dónde viene, y cuál es su destino, si despierta, para su esencia real. Cámbiese al rey por Dios (o, si se prefiere, el destino), al hijo por Rick y la perla por el propósito de la existencia de este último, y ya tenemos sintetizado el sentido del film. No me parece casual que esta película –y, en el fondo, cualquier película– sea como una especie de viaje, tanto para sus personajes como para el propio espectador. Eso es, por descontado, otra vieja idea sobradamente conocida. Pero la diferencia con respecto a Knight of Cups es que aquí está presentado con la conciencia de resaltar ese doble viaje: el del protagonista y el del espectador.


Aparece –como en El árbol de la vida– un plano del planeta Tierra visto desde el cosmos. Reaparecen esos encuadres tan queridos por Malick –cf. Rick, caminando en plano general y de espaldas a la cámara, seguido por esta última–, en los que un simple paseo del personaje adquiere, así filmado, resonancias universales. Hay un plano en el que Rick, de nuevo de espaldas a la cámara y en una habitación a oscuras, mira un monitor de televisión que brilla en la oscuridad, como si estuviese viendo o a punto de ver la película de su propia vida. También hacen acto de presencia unos planos de carreteras, tomados desde el punto de vista de los vehículos con los que se han filmado, que hacen pensar en el Tarkovsky de Solaris (Solyaris, 1972), acaso quien patentó esta idea de puesta en escena: el mundo, la vida, entendida como un viaje: como una carretera llena de giros, de curvas, de múltiples paradas.


La Luna. La trama de Knight of Cups avanza sobre la base de la función simbólica de siete cartas del tarot, y a nivel estrictamente narrativo, sobre la descripción de la vida de Rick y sus relaciones con distintas mujeres. La primera con la que le vemos –por más que no sea la primera mujer de su vida– es Della (Imogen Poots), una muchacha que le dice: “Vivamos como nunca nadie ha vivido”. Precisamente, en el tarot, la carta de la Luna representa la vida de la imaginación, entendida como algo separado de lo que se conoce como vida del espíritu: lo que Della le está diciendo a Rick es que ella, en el fondo, no es más que una fantasía, su fantasía, y que no es verdaderamente real, sino una mujer que tan solo encaja en la medida de sus deseos de ese preciso instante. Vívida representación del carácter artificial del personaje: la primera vez que Rick la ve, Della lleva puesta una peluca de color rosa. “Tú no quieres amor –le dice ella–, lo que quieres es una experiencia de amor”; y concluye: “Yo… pienso… que eres… débil…”. Su relación tiene que ser (es), forzosamente, fugaz.


El ahorcado. En el tarot, la figura del ahorcado representa el sacrificio y la paciencia ante las adversidades. En el film, vemos que Rick mantiene una relación compleja con Joseph (Brian Dennehy), su padre, y con Barry (Wes Bentley), su hermano. Los tres aparecen discutiendo en lo alto de la terraza de un edificio (¿sugiriendo así lo importante que es para Rick su relación con su padre y con su hermano, hasta el punto de estar en lo más alto de la geografía de su existencia que va trazando la película?). La relación con el padre es pésima: Joseph es un hombre iracundo y malhumorado, con el que ambos hermanos se discuten a grito pelado y con violencia. Como siempre en Malick, lo que cuenta no es el porqué de esa mala relación, sino tan solo el hecho de su existencia: tanto aquí, como en otros momentos del film, la música hace casi inaudibles algunos de los diálogos, sugiriendo por tanto que no importa sobre qué discuten los personajes, sino el hecho de que están discutiendo. Pese a todo, en las escenas que Rick comparte a solas con Barry, en las cuales se trasluce el afecto y la camaradería entre ellos, se apunta un motivo para toda esa tensión familiar: la muerte de un tercer hermano. ¿Hace falta volver a recordar aquí que la muerte de un hermano de Malick era una de las fuentes de inspiración de El árbol de la vida?


El ermitaño. Rick asiste a una fiesta multitudinaria en el jardín y la piscina de una gran mansión en Los Ángeles. Su anfitrión es el playboy Tonio (Antonio Banderas); entre los invitados, numerosos amigos y/ o conocidos del protagonista, a cargo de fugaces intérpretes como Jason Clarke o el veterano Ryan O’Neal. En el tarot, el ermitaño simboliza la necesidad de autoconocimiento y de retirarse del mundo para encontrarse a uno mismo. En la película, la aparatosa fiesta organizada por Tonio, repleta de copas de champagne, de hermosas modelos que pasean su volátil belleza, de conversaciones en torno a la cirugía plástica y de chapoteos en la piscina, es la representación de un mundo en el que el protagonista está inmerso, pero del cual, al mismo tiempo, quiere escapar.


Juicio. La carta del juicio anuncia una decisión tomada sobre el pasado que tiene o tendrá repercusiones en el futuro. Precisamente, aquí Rick recuerda cómo fue su vida con alguien de su pasado: su exesposa Nancy (Cate Blanchett). No me parece casual el hecho que, de todas las mujeres que han aparecido hasta ese momento en el relato, sea Nancy la persona con los pies más firmemente asentados en el suelo: la exesposa de Rick trabaja como terapeuta, atendiendo a personas mutiladas o con graves quemaduras para aliviar sus dolores. Es, por así decirlo, el personaje con una noción más clara y un contacto más directo con la Realidad, entendida en el sentido empírico del término. Nancy reprocha a Rick que la utilizara para superar sus propios miedos de juventud ante la vida, y que, al hacerse ella mayor (es la más madura de todas las mujeres del protagonista), la abandonara sin haber hecho realidad al menos el único deseo de ella: tener un hijo.


La torre. Rick conoce a Helen (Freida Pinto), una modelo: “Conocí a una mujer de otro mundo…”, recita la voz en off. Ella se define como “una trotamundos” y “una extraña… como tú”. A simple vista, Helen parece otra fantasía como Della, la mujer luna; pero, a la hora de la verdad, hace gala de una sensatez que desarma a Nick: “Los sueños son hermosos, pero no se puede vivir en ellos…”, le dice. En el tarot, la carta de la torre simboliza la arrogancia de la persona, que es castigada (destruida) por el rayo, pero ello tiene un efecto positivo: obligar a dejar atrás la comodidad de la torre, salir al mundo, crecer y evolucionar. A partir de su relación con Helen, Rick es consciente de que debe empezar a dejar atrás sus fantasías y vivir la realidad tal cual es.


La gran sacerdotisa. En el tarot, la gran sacerdotisa se dice es que una mujer sabia y práctica que domina a la perfección las leyes que dominan el universo. En cambio, la “gran sacerdotisa” a la que Rick conoce a continuación no parece responder a ese venerable patrón: Karen (Teresa Palmer) es… una bailarina de striptease; Rick la conoce viéndola actuar sobre una barra. No obstante, la mujer hace gala de una rara clarividencia: nada más ver al protagonista, le dice: “Hay una gran oscuridad sobre ti…”. La nueva compañera de Rick le hace ver, a su manera, la superficialidad del mundo en el que hasta ahora el protagonista ha estado sumergido sin cuestionarlo: visitan Las Vegas, con todo su oropel artificial y artificioso; ven fuegos artificiales; van a discotecas; asisten a un multitudinario concierto de rock…


Muerte. Contrariamente a la creencia popular, en el tarot la carta de la muerte no es algo negativo, sino más bien un símbolo de cambio, el final de un ciclo y el comienzo de otro. De ahí que, en este sentido, Rick halla “la muerte”, el fin de su forma de entender la vida, a raíz de su relación amorosa, decisiva y determinante, con Elizabeth (Natalie Portman). A diferencia de la mayoría de sus anteriores parejas, esta hace gala de una sensibilidad y una cultura elevadas: su interés común hacia lo artístico, y el afecto que empieza a crecer el uno hacia el otro, se manifiesta en su paseo por un museo de arte contemporáneo. Rick cree haber encontrado, por fin, a la mujer de su vida. Pero todo se rompe a raíz de una dolorosa confesión de Elizabeth: está embarazada, y no sabe con seguridad si el hijo que espera es de Rick… o de su marido.


Libertad. Rick conoce a una última mujer, una muchacha llamada Isabel (Isabel Lucas). Con ella no hay problemas, ni discusiones, ni conflictos. Tienen un hijo. Es un fin de ciclo. Aquí no hay carta del tarot. Solo Rick y la liberación de sus temores. Todo lo demás se queda en el pasado. Solo hay una cosa: el futuro. La última palabra en voz over que oímos antes de que el film concluya es: “Empieza…”.


Como en El nuevo mundo (The New World, 2005) y El árbol de la vida, en Knight of Cups el agua vuelve a jugar un papel fundamental a nivel visual y narrativo. Rick pasea o juega con todas sus parejas en la playa; también lo hace, charlando y bromeando, con Barry. Un terremoto típicamente angelino sacude el apartamento de Rick una mañana mientras duerme; cuando sale a la calle, alarmado, una vía de agua empapa la calzada. La primera vez que la vemos, Della aparece bajo el agua, buceando en una piscina, como una sirena: recordemos que, a fin de cuentas, es una especie de mujer “fantástica”; luego, les vemos visitando un acuario, mirando ensimismados los peces a través del cristal. Rick aparece sumergido en una piscina o en el mar en un par de instantes del relato. Las piscinas de Hollywood, junto a la cual Tonio da su gran fiesta, o las que sirven de marco para sesiones fotográficas de modelos, hacen acto de presencia con regularidad. Nancy, a solas en la casa que compartía con Rick, juega con un pececillo en el estanque de su jardín. Helen practica una especie de lánguido yoga dentro de otro estanque. Eufórico ante su relación con Elizabeth, Rick se arroja al mar desde lo alto de un mirador; más tarde, ella le confiesa lo de su embarazo en una terraza con vistas al océano. Isabel pasea por el borde de la piscina de la vivienda que comparte con Rick, o bien nada de noche en ella, ofreciendo una imagen de serenidad, de tranquilidad, acorde con el momento de paz que está viviendo el protagonista.


Es prácticamente imposible resumir el caudal de sugerencias de una película tan extraordinaria, moderna y radical como esta nueva obra maestra de Terrence Malick, pues prácticamente en cada instante, en cada plano, salta a la palestra una idea, una asociación de imágenes, una sugerencia, un apunte poético; en definitiva, una exhibición por parte de un cineasta que no solo cree ciegamente en el poder de la imagen cinematográfica, sino también en el poder redentor del cine. Sería necesario, para hacerle justicia, un libro entero. Puede aceptarse o no ese afán de trascendencia, esas pretensiones, o si se prefiere, esa pretenciosidad; incluso es lícito rechazarla por completo. Pero, si se entra en el juego de Malick, a cambio Knight of Cups proporciona una sensación de cine total, de creación absoluta, cada vez más rara de ver en el cinematógrafo contemporáneo. Bienvenida sea.