[NOTA
PREVIA: Aunque el argumento de
esta película es sobradamente conocido, advierto que en el presente texto se
revelan importantes detalles sobre su trama.] A pesar de su título, Phantasma (Phantasm, 1979); de que buena
parte de su trama transcurre en el escenario de un suntuoso edificio funerario
a modo de mausoleo, con sus paredes recubiertas de nichos, y rodeado por un
enorme cementerio con toda su parafernalia de ataúdes, tumbas, criptas, lápidas
y cruces de piedra; y de la presencia de un singular personaje al que tan solo
conoceremos como el Hombre Alto (Angus Scrimm), notable por su capacidad para
aparecer y desaparecer en los momentos más insospechados, y de salir siempre
indemne aunque en una escena le amputan de un cuchillazo los dedos de una mano,
de la cual brota una inesperada sangre amarillenta (sic); a pesar de todo eso,
como digo, esta modesta película escrita y dirigida por Don Coscarelli no es un
film sobre almas en pena, sino, como se desvela en sus escenas finales, ¡un
relato de extraterrestres!
Viéndola
desde la perspectiva de sus, por así llamarlos, planteamientos teóricos, Phantasma es un completo disparate que
si alguna gracia tiene, insisto, desde este exclusivo punto de vista, es por el
desparpajo de su propuesta. Ahí es nada mezclar la iconografía escenográfica
habitual del cine de terror gótico con una resolución que apunta, directamente,
hacia el género de la ciencia ficción: el propósito del Hombre Alto y su
ejército de enanos encapuchados –en los cuales muchos han querido ver, no sin razón,
una copia de los populares Jawas de La
guerra de las galaxias (Star Wars, 1977, George Lucas)—, y de los
asesinatos perpetrados por el primero, no es sino engrosar el cómputo de
cadáveres del cementerio, a fin de aprovechar los cuerpos sin vida para
resucitarlos, y convertirlos en los enanos de marras, para que puedan resistir
así (se dice) las elevadas temperaturas del planeta de origen del Hombre Alto.
Todo ello aderezado con pintorescos detalles como el de esa ya legendaria bola
voladora que recorre los pasillos de la casa de pompas fúnebres y se incrusta
en el cráneo del primer incauto que se cruza en su vuelo, fijándose en la cara
gracias a sus afiladas cuchillas antes de rematar la faena con un taladro que
perfora las cabezas y va expulsando a chorros la sangre de sus víctimas por su
parte trasera.
El
tiempo no ha tratado del todo mal a este pequeño film de horror, más famoso por
la mitología fandom creada a su
alrededor que por sus méritos reales pero que, a pesar de sus cuantiosos
defectos, no es una propuesta carente por completo de interés. Si a pesar de la
pobreza de sus medios de producción, de sus pedestres efectos especiales, de
sus mediocres intérpretes, y del tono kitsch
del lanzamiento publicitario que conoció en el momento de su estreno (“¡Si esta película no le aterroriza, es que
está usted muerto!”), Phantasma sigue
viéndose con simpatía, eso se debe a un aspecto que todavía hoy es su mejor
baza, y que compensa sus abundantes carencias: su carácter onírico. Recordemos
su trazado argumental: al principio del relato, un joven, Tommy (Bill Cone), es
asesinado en misteriosas circunstancias; a su funeral acude su mejor amigo,
Jody (Bill Thornbury), acompañado a su vez de otro amigo suyo, Reggie (Reggie
Bannister); Jody le comenta a Reggie que está preocupado por su hermano menor,
Mike (A. Michael Baldwin, acreditado como Michael Baldwin), de 13 años, todavía
traumatizado por la reciente muerte de los padres de ambos. Hacia el final de
la película, descubriremos que absolutamente
todo lo que hemos visto hasta ese momento no era sino una larguísima pesadilla
de Mike; que no solo sus padres están muertos, sino también su hermano Jody, cuya presencia ha “exorcisado” en sus
sueños; y que desde la muerte de Jody, Mike vive con Reggie, a quien también hemos visto “morir” a manos
del Hombre Alto (dentro de la pesadilla de Mike), pero que en la “realidad”
(la vigilia de Mike) continúa vivo.
El famosísimo golpe de efecto final
vuelve a introducirnos, inesperadamente, en el mundo de las pesadillas: el
Hombre Alto se aparece en el dormitorio de Mike, y este es arrastrado hacia la
oscuridad por unas garras que brotan de un espejo a sus espaldas…
La
primera secuencia es un buen ejemplo del estilo a la vez tosco y directo del
film. Es de noche. La cámara recorre un cementerio y se detiene en una lápida,
tras la cual asoman las piernas de un hombre y una mujer, copulando; luego
sabremos que el hombre es el tal Tommy, el amigo de Jody muerto en
circunstancias que contemplaremos a continuación. La planificación alterna
primeros planos de Tommy y de la mujer rubia sentada sobre él. De repente, la
rubia empuña un cuchillo y asesina a Tommy. Antes de morir, la mirada del
hombre se concentra en el rostro impasible de su asesina; una corta serie de
primeros planos del rostro y los ojos de la rubia se cierra con un primer plano
del Hombre Alto, sugiriendo algo que luego se confirmará: ¡que el Hombre Alto
ha adoptado la forma (y el sexo) de la mujer rubia para acabar con su víctima!
Ya
he mencionado que el contenido onírico de Phantasma
es lo que, paradójicamente, le confiere todo su sentido a su “sinsentido”, amén
de justificar las aparentes insensateces de su guión: como todo en la película es un sueño, cualquier cosa es posible.
Consciente de las posibilidades de este planteamiento, Coscarelli —en el que
probablemente sea el más potable de sus trabajos, junto con El señor de las bestias (The
Beastmaster, 1982)— se emplea a fondo a la hora de dinamitar la noción
tradicional de “relato”, acumulando una detrás de otra una serie de imágenes,
en ocasiones, no exentas de atractivo. Es el caso de esa aparición ligeramente
ralentizada del Hombre Alto, paseando por las calles del pueblo, y deteniéndose
brevemente ante el camión de helados de Reggie para disfrutar, por unos
segundos, del vaho helado que sale de la puerta trasera del vehículo (detalle
que, justo es reconocerlo, luego se justifica a nivel dramático cuando conocemos
el dato sobre las elevadísimas temperaturas del planeta de origen del Hombre
Alto); una imagen cuya irrealidad se justifica por el hecho de estar tomada
desde el punto de vista subjetivo del joven Mike (recordemos: el “soñador” que
está “soñando” la película).
Otra
idea atractiva reside en todo lo que guarda relación con el misterioso portal
que permite el acceso al mundo del Hombre Alto. Dicho portal se encuentra en
una luminosa habitación de blancas paredes, con dos barras paralelas de metal
puestas de pie. Mike introduce su mano entre ellas, y la misma desaparece en el
interior de la nada. De pronto, el chico es absorbido por una fuerza invisible
al interior de esa misma nada, y aparece sobrevolando el cielo escarlata del
planeta del Hombre Alto, un mundo reseco y desértico donde los enanos
encapuchados avanzan en una larguísima hilera que se pierde en el horizonte.
Rescatado por Joy y Reggie, que le han sujetado a tiempo, Mike sabe que la
única manera de desbaratar los planes del Hombre Alto es destruir ese portal.
Secuencias atrás, hemos visto a Joy y Reggie tocando la guitarra y cantando una
canción que el primero acaba de componer; luego, vemos a Reggie probando la
acústica de su guitarra con un pequeño diapasón. A Reggie se le ocurre que las
dos barras paralelas son, en efecto, una especie de diapasón; las toca al
unísono y, de inmediato, cesa la vibración de la habitación, y todos los
cuerpos de los enanos almacenados en barriles de plástico en esa misma
habitación comienzan a salir disparados a través del portal hacia el planeta
del Hombre Alto. La concepción de la secuencia es, por descontado, un delirio,
pero a nivel estrictamente fantástico, funciona.
Hay
otras cosas que funcionan en virtud de ese planteamiento
todo-es-posible-dentro-del-mundo-de-los-sueños, caso de la popular escena en
que Mike se va a dormir y tiene una breve pero intensa pesadilla en la que su
cama se traslada mágicamente en medio del cementerio, con el Hombre Alto detrás
de su cabecera y la brusca aparición de dos muertos vivientes que brotan del
suelo a ambos lados de la cama y se arrojan sobre el muchacho.
O ese bonito
detalle de las viejas fotografías de tonos sepias que, al mirarlas, parecen “cobrar
vida” (ergo, movimiento), descubriéndonos que el conductor de una antigua
calesa fúnebre no es sino el Hombre Alto, mirando amenazadora hacia el objetivo
de la cámara; lo cual, y a riesgo de exagerar (lo reconozco), casi parece un
modesto precedente del plano que cierra El
resplandor (The Shining, 1980, Stanley Kubrick).
Otro momento, en cambio,
roza el ridículo, por más que lo pedestre de su realización mueva a la
simpatía: la secuencia en la que Mike, Jody y Reggie se enfrentan a una especie
de raro engendro arácnido; en particular, esos planos en los que vemos a los
actores gesticulando cuando fingen que la pequeña pero agresiva “cosa” que han
envuelto en una chaqueta intenta escapar para atacarles.
Pero, incluso en sus
peores momentos, Phantasma nunca
pierde de vista esa concepción ingenua pero efectiva, en virtud de la cual
dentro del terreno de lo fantástico no hay nada que no sea posible incluir en
una película donde lo único que marca los límites es la imaginación, sea cual
fuere la extravagante manera en la que aquélla se manifieste.