[ADVERTENCIA:
EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE
REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE
ESTE FILM.] En 1995 el realizador norteamericano Richard Linklater estrenaba
Antes del amanecer (Before Sunrise),
película que nos mostraba el romance entre Jesse (Ethan Hawke), un estudiante
norteamericano, y Celine (Julie Delpy), una joven francesa, tras conocerse
casualmente en un tren y recalar durante unas horas en Viena. Nueve años
después, Linklater y los mismos actores volvían a encontrarse en Antes del atardecer (Before Sunset,
2004), glosando precisamente el reencuentro asimismo casual de unos
treintañeros Jesse y Celine en París, donde ambos se ponían al día el uno al
otro de las vicisitudes vividas en esa última década, incluyendo el matrimonio
fallido de Jesse, del cual había nacido un hijo. Precisamente Antes del anochecer (Before Midnight,
2013) arranca, otros nueve años más tarde, mostrándonos a un Jesse de cuarenta
años despidiéndose de su hijo de 13 Hank (Seamus Davey-Fitzpatrick) en el
aeropuerto de la localidad griega en cuyas inmediaciones el chico acaba de
disfrutar de su parte de vacaciones de verano en compañía de su padre (su
custodia legal sigue en manos de su madre), así como de la de la actual pareja
de Jesse, que no es otra que Celine (una vez consolidado el lazo afectivo que
se intuía se iba a consumar en la abierta escena final de Antes del atardecer), y sus hermanastras, las gemelas Ella y Nina
(Jennifer y Charlotte Prior), fruto de la relación de Jesse y Celine. Por
tanto, Antes del anochecer sorprende
a los protagonistas de Antes del amanecer
y Antes del atardecer veraneando con
sus hijas en la casa de Patrick, un viejo escritor griego que les ha invitado
porque admira la obra literaria de Jesse, papel que corre a cargo del veterano
director de fotografía Walter Lassally.
No es esta la
única referencia cinematográfica indirecta que hallamos en esta película: en el
papel de Ariadni, otra de las amistades de Patrick que veranea en su casa junto
al mar acompañada de su marido Stefanos (Panos Koronis), descubrimos a la
realizadora Athina Rachel Tsangari, firmante de Attenberg (2010), uno de los buques insignia del nuevo cine griego;
por si fuera poco, interpretando a la joven Anna, la cual también disfruta del
verano en el mismo lugar con su novio Achilleas (Yiannis Papadopoulos), está
Ariane Labed, protagonista de Attenberg
y Alps (ídem, 2011), esta última de Giorgos
Lanthimos, el mismo director de otro moderno y reputado título heleno, Canino (Kynodontas, 2009). Pero hay otra
referencia, que planea suavemente en el primer tercio del metraje y que se hace
más o menos explícita a través de una línea de diálogo: la que se formula a Te querré siempre (Viaggio in Italia,
1954), la mejor y más bella película de Roberto Rossellini. Llegados a este
punto, podría parecer por tanto que Antes
del anochecer es el enésimo artefacto posmoderno o, como decía hace poco
Quim Casas a propósito de El gran Gatsby,
de Baz Luhrmann —Dirigido por…, núm.
424 (junio 2013)—, (re)posmoderno, en particular si comenzamos a considerar que
la posmodernidad, denominación actual para un fenómeno ya añejo, empezó con el
Godard de Al final de la escapada (À
bout de souffle, 1960) y por tanto, dado el tiempo transcurrido, ya ha dejado
de ser posmodernidad, por más que el término acabara poniéndose de moda a raíz
sobre todo del éxito de Quentin Tarantino. Disquisiciones de este tipo aparte, Antes del anochecer no es un film que
haga del guiño cinematográfico su razón de ser. Por no hacer, ni siquiera
depende en exceso de Antes del amanecer
y Antes del atardecer, por mas que no
resulte descabellado ver el conjunto, más que como la típica (y tópica)
“trilogía”, como una misma película de casi seis horas, dada la admirable
fluidez, maduración y coherencia que desprende dicho conjunto. Eso no quiere
decir que nos hallemos ante una obra fresca y original a nivel estrictamente
temático, habida cuenta de que el cine está lleno de historias de parejas que
sufren el desgaste de su amor como consecuencia del paso del tiempo tal y como
ocurre en Antes del anochecer,
empezando por la misma Te querré siempre
y acabando, por citar ejemplos cogidos al vuelo, con Dos en la carretera (Two for the Road, 1967, Stanley Donen) o Con los ojos cerrados (The Happy Ending,
1969, Richard Brooks).
A pesar de ello,
si una virtud tiene Antes del anochecer
(y tiene muchas otras) es que no pretende ni mucho menos ser “original”
(acabamos de ver que no lo es), sino que más bien busca erigirse en una especie
de homenaje a la tradición cultural que la precede y respalda. No es ninguna
casualidad, en este sentido, que la acción transcurra en Grecia, la cuna de la
civilización occidental, como tampoco lo es que este hecho se haga explícito en
algunos diálogos, en particular la referencia verbal que efectúa Jesse en
relación a Eurípides, en cuanto padre de la dramaturgia clásica. Pero Antes del anochecer tampoco pretende ser
un artefacto enciclopédico a lo Peter Greenaway, dado que toda sus referencias
culturales en muchas ocasiones están colocadas en primer término del relato
pero sin que sean el auténtico objetivo del mismo. Es el caso, por ejemplo, de
la secuencia en la que Jesse conversa con Patrick y Achilleas sobre la trama y
el contenido de la nueva novela que está preparando, o en particular, la
espléndida de la comida de Jesse y Celine en la mesa presidida por Patrick
alrededor de la cual se sientan todos sus invitados, donde la conversación
empieza girando en torno a temas culturales, para no tardar en derivar hacia
las relaciones amorosas —todos los personajes presentes en la secuencia
representan, de un modo u otro, los distintos estadios del amor: la juventud,
la madurez, la vejez, la viudedad…—, y como no podía ser de otra manera,
aquello que le pone fin a todo: la muerte. Llegados a este punto resulta
relativamente fácil pensar en Eric Rohmer, Woody Allen o, si me apuran, Ingmar
Bergman, pero Linklater tampoco pretende emparejarse con estos cineastas, por
más que haya en sus métodos de trabajo cierto grado de proximidad.
Un detalle de
puesta en escena que resume muy bien las intenciones y los resultados de este
excelente film —el mejor de la “trilogía Antes
del…” y el mejor de su irregular pero casi siempre interesante realizador—
es el que se produce prácticamente en mitad de la no menos magnífica secuencia
en la que, inmediatamente después de haber dejado a Hank en el aeropuerto,
Jesse y Celine regresan en coche a la casa de Patrick: Linklater resuelve la
conversación de los protagonistas dentro del vehículo, mientras sus niñas
duermen en el asiento trasero, en virtud de dos excelentes planos medios de
larga duración con la cámara colocada sobre la capota del mismo y enfocando
directamente al parabrisas delantero. Acabo de mencionar que son dos planos
cuando, en puridad de conceptos, son (o parecen) uno solo, a modo de largo
plano-secuencia de casi 15 minutos de duración, que en un momento dado “se
parte” en dos en virtud del detalle al que quiero referirme. En medio de su
conversación, el coche de Jesse y Celine pasa muy cerca de una antiguas ruinas;
entonces, Linklater “rompe” ese plano largo para insertar un breve plano de
esas ruinas, desde el punto de vista de los ocupantes del vehículo; a renglón
seguido, Jesse y Celine se lamentan por no haber aparcado cerca de esas ruinas
para que las niñas pudiesen verlas, diciéndose cosas como “es cultura” o “somos unos
padres horribles”. Puede verse en ello una simbólica síntesis del trasfondo
de la película, entendida como crónica de unos seres humanos que son lo que son,
sienten lo que sienten y viven lo que viven tanto por aquello que han aprendido
y experimentado por sí mismos como por el hecho de ser los últimos receptores
de una cultura que por ahora termina en ellos. Es más: ese inserto de las
ruinas, colocado rápidamente en medio de un plano-secuencia (o si se prefiere,
en medio de dos planos largos), puede interpretarse a modo de sutil llamada de
atención sobre el papel que juega la cultura en el momento actual, convertida
literalmente en algo que o bien se aprecia de pasada, o bien se deja de lado
por culpa de la así llamada “velocidad de la vida moderna”, y no creo que haga
falta citar de nuevo a Zygmunt Bauman.
Desde cierto
punto de vista íntimamente relacionado con lo que acabamos de explicar, puede
verse en el desarrollo posterior de los acontecimientos una compleja digresión
sobre los mecanismos de representación de los sentimientos humanos en conflicto,
es decir, a partir de que Jesse y Celine dan un paseo en solitario hasta el
pueblo, en el cual la visita a una antiquísima capilla de frescos medio
borrados vuelve a evocar la atmósfera melancólica de Te querré siempre —la misma que, acaso casualmente, evoca Olivier
Assayas, en la escena de la visita a las ruinas de Pompeya de su también
recientemente estrenada Después de mayo
(Après mai, 2012)—, y sobre todo el momento culminante del relato, el “fin de
semana romántico” también a solas de los protagonistas en un hotel, invitados
por Ariadni y Achilleas, que deriva en una amarga discusión sobre su relación
de pareja: las escenas del dormitorio pueden verse, fácilmente, como una
variante corregida y perfeccionada de las desarrolladas por el propio Linklater
en el motel que centraba la acción principal de Tape (2001). Hemos mencionado que Linklater pone en boca de Jesse a
Eurípides; en cierto sentido, esto último, unido a la referencia a la asimismo
citada película de Rossellini y al paisaje griego, entendido a su vez y de
manera amplia como “paisaje cultural”, dota a Antes del anochecer de un soterrado carácter de representación de
una especie de “drama universal” en el que Jesse y Celine no son sino las
últimas piezas, los últimos sedimentos, de algo que viene “representándose”
desde el inicio de los tiempos (unos tiempos que, según la convención que aquí
se maneja con conciencia de serlo, arrancaron simbólicamente en la Grecia Clásica ), y que primero
el teatro (Eurípides) y ahora el cine reinterpretan una y otra vez en virtud de
esa herencia cultural a la que la recurrencia ha acabado convirtiendo en algo
parecido a un rito.
Resulta muy significativo de esto último que, en la
última secuencia, tan abierta como la que cerraba Antes del atardecer, Jesse lleve a cabo un conato de
(re)aproximación y recuperación del amor de Celine por medio de una especie de
“representación teatral” (esa invención de Jesse, diciéndole a Celine que es un
emisario venido del futuro que viene a advertirle que esa noche va a disfrutar
del mejor sexo que haya tenido nunca con el hombre al que, pese a todo, ama y
que, también a pesar de todo, la ama); asimismo es muy significativo que Antes del anochecer se cierre con ese
bello travelling en retroceso que
abandona a Jesse y Celine en la terraza del puerto mezclándolos así con el
resto de parejas sentadas esa noche en la misma terraza, cada una de ellas con
una historia en potencia que forma parte de ese drama universal o “cósmico” al
que nos hemos referido líneas arriba; un movimiento de cámara que,
conscientemente o no, evoca el carácter integrador del travelling en retroceso y con apertura de campo que concluía la
extraordinaria ...Y el mundo marcha
(The Crowd, 1928), de otro cineasta norteamericano con sentido de la
universalidad, King Vidor.