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jueves, 24 de noviembre de 2016

“IMÁGENES DE ACTUALIDAD” de DICIEMBRE 2016, a la venta



Por si alguien lo dudaba, la portada del núm. 374 de Imágenes de Actualidad la ocupa totalmente el estreno de Rogue One: Una historia de Star Wars (Rogue One: A Star Wars Story, 2016), de Gareth Edwards. El extenso reportaje del film se complementa con los artículos Más historias de Star Wars, donde una serie de famosos jóvenes cineastas españoles nos explican, con gran sentido del humor, cuáles son los spin-offs de la saga galáctica de George Lucas que querrían ver o hacer; Starwarsploitation, que repasa algunas de las más famosas imitaciones que tuvo en su época lo que se conoce como trilogía original; y una entrevista con Diego Luna, coprotagonista de Rogue One: Una historia de Star Wars.


También se destacan en portada los otros tres grandes estrenos comerciales previstos para este diciembre: los de Assassin’s Creed (ídem, 2016), cuyo reportaje se complementa con sendas entrevistas con su protagonista masculino (y coproductor) Michael Fassbender, y con su realizador, Justin Kurzel; Hasta el último hombre (Hacksaw Ridge, 2016), el retorno a la dirección de Mel Gibson, que se complementa con un artículo dedicado a recordar los últimos trabajos como actor de este realizador, Qué fue de Mel Gibson; y Vaiana (Moana, 2016), de John Musker y Ron Clements, la película de animación Disney para estas fiestas. A ello hay que añadir los títulos que se avanzan este mes en la sección Primeras Fotos: La bella y la bestia (Beauty and the Beast, 2017), de Bill Condon; y Logan (ídem, 2016), de James Mangold.


La portada también destaca otra importante novedad: un extenso reportaje comentado de la primera serie de televisión escrita, dirigida y protagonizada por Woody Allen: Crisis in Six Scenes (2016), dentro de la sección Series TV, donde también se comenta la sexta temporada de American Horror Story (2016), subtitulada Roanoke.


El número se completa con los reportajes dedicados a Animales nocturnos (Nocturnal Animals, 2016), de Tom Ford, que se complementa con un retrato de uno de sus protagonistas masculinos, Armie Hammer; Passengers (ídem, 2016), de Morten Tyldum; Paterson (ídem, 2016), de Jim Jarmusch; Aloys (ídem, 2016), de Tobias Nölle; 1898: Los últimos de Filipinas (2016), de Salvador Calvo; Operación Anthropoid (Anthropoid, 2016), de Sean Ellis; La doncella (Ah-ga-ssi, 2016), de Park Chan-wook; El tesoro (Comoara, 2016), de Corneliu Porumboiu; Las apariencias engañan (Keeping Up with the Joneses, 2016), de Greg Mottola; y Aliados (Allied, 2016), de Robert Zemeckis. A todo ello, como siempre, se suman las secciones Además…, con otros estrenos del mes; Noticias; Ranking, de Gabriel Lerman; Stars; Hollywood Babilonia y Hollywood Boulevard, de Nacho González Asturias; Él dice, ella dice; ¿Sabías que…?, del profesor Moriarty; Se rueda, de Boquerini; Zona sin Límites, de Ángel Sala; Diccionario Fantástico, del Dr. Cyclops; Libros, de Antonio José Navarro; y BSO y DVD & Blu-ray, de Miguel Fernando Ruiz de Villalobos.


Si no puedes con ellos, únete a ellos. Con motivo del estreno de, cómo no, Rogue One: Una historia de Star Wars, dedico el Cult Movie a la famosísima El Imperio contraataca (The Empire Strikes Back, 1980), de Irvin Kershner: “No resulta de extrañar que “El Imperio contraataca” siga estando considerada la mejor entrega de la saga galáctica creada por George Lucas. Todo en ella funciona con precisión milimétrica, y, además, su “look” visual ha envejecido menos que el de “La guerra de las galaxias”, sin ir más lejos (que acusa, siquiera un poco, la estética «setentera» del momento de su realización) y que el de la asimismo vagamente «ochentera» “El retorno del Jedi””.


Cierro mi aportación a este número con un par de críticas: la de la, para mí (siempre para mí), extraordinaria La llegada (Arrival, 2016), de Denis Villeneuve…


…y la de la nada despreciable Ouija: El origen del mal (Ouija: Origin of Evil, 2016), del interesante Mike Flanagan, y, por descontado, muchísimo mejor que la horrible primera entrega.  


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domingo, 20 de noviembre de 2016

“EL CONTABLE” + “LA CHICA DEL TREN” + “QUE DIOS NOS PERDONE”


[ADVERTENCIA: EN EL PRESENTE ARTÍCULO SE REVELAN IMPORTANTES DETALLES DE LA TRAMA DE ESTOS FILMS.]


Lazos de sangre: El contable (The Accountant, 2016), de Gavin O’Connor. Por razones que, lo confieso, se me escapan por completo (y sobre las cuales no pienso perder el tiempo polemizando), el realizador neoyorquino Gavin O’Connor arrastra una, a mi entender, injusta “mala fama”, que me resulta completamente incomprensible a la vista de la recepción que han tenido, al menos en España, sus dos últimos largometrajes: el muy apreciable western moderno La venganza de Jane (Jane Got a Gun, 2016) y el interesantísimo thriller que nos ocupa, El contable. A falta de haber visto sus trabajos televisivos, así como sus otros largometrajes para el cine, Tumbleweeds (ídem, 1999), El milagro (Miracle, 2004) –la cual, lo admito, como suele ocurrirme con todas las películas de temática deportiva, a priori me da considerable pereza– y Warrior (2011) –que algún buen amigo cuyo criterio respeto me ha aconsejado que no deje correr–, lo cierto es que ni La venganza de Jane, ni El contable, ni otro thriller suyo que tuve ocasión de comentar en su momento desde las páginas de Dirigido por…, el notable Cuestión de honor (Pride and Glory, 2008), me parecen razón suficiente para justificar tanto desdén.


El contable tiene una particularidad que lo hace enormemente atractivo, por atípico. Si bien inscrito en los márgenes del género del thriller, y al igual que ya ocurría con Cuestión de honor, o incluso con La venganza de Jane con respecto al género del western, El contable es, en el fondo, un melodrama. Abundan en él los vínculos afectivos, empezando por todo lo relacionado con su extraño personaje protagonista, sus turbulentos recuerdos del pasado, su extravagante presente y su muy impredecible futuro. Christian Wolff (Ben Affleck) es, a simple vista, un simple contable, y en la práctica, un superdotado para los números; tanto que, de hecho, está diagnosticado desde su infancia como autista. Su pulcritud, su parquedad a la hora de hablar y comunicarse con los demás, y sus “rarezas” –su manera de sentarse a trabajar, de colocar sus lápices y bolígrafos perfectamente alineados en la mesa, su forma de sentarse a comer, etc.–, le catalogan automáticamente como una persona “anormal”. A mayor ahondamiento, una investigación de la agente federal Marybeth Medina (Cynthia Addai-Robinson) bajo la supervisión de Ray King (J.K. Simmons) descubre que Wolff trabaja para mafiosos o jefes de cárteles de las drogas “maquillando” sus cuentas y “lavando” su dinero, de manera que sus ingresos procedentes del delito no sean fácilmente detectados. Pero, siendo niño, Wolff fue sometido por su padre (Robert C. Treveiler), de profesión militar, a un durísimo entrenamiento físico y mental, destinado, según su progenitor, a ayudarle a crecer fuerte y sabiendo defenderse de la crueldad del mundo. La vida de Wolff, de hecho, ha estado marcada por dos “padres”: el primero, el biológico, y el segundo, un viejo mafioso llamado Francis Silverberg (Jeffrey Tambor), al que conoció y de quien se hizo amigo durante una estancia que compartieron ambos en prisión. No son, como digo, los únicos vínculos “paternos” o “fraternales” que se dan entre los personajes, con independencia de que haya entre ellos un auténtico lazo de sangre: Ray King se convierte, en cierto sentido, en el “padre” de la agente Medina, una exdelincuente que intenta redimirse con su ingreso en el FBI a fin de lavar su pasado; asimismo, Dana Cummings (la siempre estupenda Anna Kendrick), joven y talentosa contable que ha descubierto un desfalco en las cuentas del empresario Lamar Black (John Lithgow, magnífico como de costumbre), mantiene una relación casi paterno-filial con este último, al que venera por su altruismo. Hay otro importante personaje que pulula por el relato, un asesino a sueldo llamado Brax (Jon Bernthal), que guarda asimismo una estrechísima relación personal con Wolff, la cual no se revela hasta los últimos minutos y que, en atención a quien todavía no haya visto la película, tampoco desvelaré, pero que se encuentra en la misma línea de lo apuntado.


A pesar de tratarse de un thriller –y, además, espléndidamente realizado: todas las escenas de acción, sin ir más lejos, son excelentes–, El contable avanza a base de intensos golpes melodramáticos. Dana se enamora de Wolff, quien ha sido contratado por Black para que compruebe el desfalco que ha descubierto la muchacha, porque ambos son seres solitarios, y como suele decirse, dos almas condenadas a entenderse. Hay una primera secuencia, cuyo sentido definitivo no conoceremos hasta bien avanzado el relato, en la cual un misterioso asesino entra en un edificio de apartamentos y mata a un jefe mafioso que vive en el recinto y a todos y cada uno de los sicarios a sus órdenes; más adelante, sabremos que el entonces agente de policía King estuvo presente en el lugar de los hechos, y casi muere a manos de ese mismo asesino que le sorprendió por la espalda, quien le perdonó la vida porque, a punta de pistola, le obligó a confesar que, con su dedicación a su trabajo policial, King había descuidado a su esposa y a sus hijos… Naturalmente, el asesino en cuestión no es sino Wolff, quien con esa matanza está vengando el asesinato de su viejo mentor Silverberg. El contable es una película de padres traicioneros e hijos abandonados, revestida con los ropajes de un vigoroso relato de acción y “suspense” repleto de golpes ingeniosos, de giros y sorpresas de guion, que O’Connor filma con gran solidez; funcionan muy bien, vuelvo a insistir, las escenas de acción –cf. el mencionado tiroteo del principio, que vemos en su versión más completa al albur del relato oral que King hace sobre esos mismos hechos; la secuencia en la que Wolff llega a tiempo al apartamento de Dana para impedir que unos sicarios acaben con ella; o el magnífico clímax nocturno en la casa en las afueras donde vive Black–, pero lo mejor de El contable es que, en todo momento, hay un profundo trasfondo humano: el pasado de los personajes tiene una importancia fundamental en su presente y es la base de su futuro; son personajes marcados por un destino si no fatal, cuanto menos fatalista, no muy lejos de lo que tanto le gustaba a Fritz Lang. Un film mucho mejor de lo que se ha dicho.



Un “thriller” insulso: La chica del tren (The Girl on the Train, 2016), de Tate Taylor. No he leído la popular novela de Paula Hawkins en la que se basa esta película, y tampoco había visto hasta ahora nada lo que ha realizado hasta la fecha el realizador Tate Taylor, quien ha estrenado previamente en España Criadas y señoras (The Help, 2011) y I Feel Good: La historia de James Brown (Get On Up: The James Brown Story, 2014). Dicho esto, una vez vista La chica del tren no me han quedado ganas ni de leer la novela de Hawkins, ni de volver a ver otro film de Taylor. No me ha gustado ni la trama, ni mucho menos el desarrollo de la misma, más allá de las posibilidades hitchcockianas que pudiera tener en teoría. Rachel (Emily Blunt) es una mujer que no ha podido resistir la separación de su marido, Tom (Justin Theroux), y desde entonces, sin trabajo y alcoholizada hasta las cejas, se dedica a coger un tren y espiar “voyeurísticamente” a su exesposo, el cual ha contraído nuevas nupcias con Anna (Rebecca Ferguson), madre de un hijo en común. Hete aquí que, aprovechando la pausa que hace el tren cada vez que se para delante de la casa de Tom y Anna (y no me dirán que no está cogido por los pelos…), Rachel descubre y se obsesiona con la pareja que vive justo en la casa de al lado de aquéllos: la que forman Megan (Haley Bennett) y Scott (Luke Evans). Se nos dice, de palabra –puesto que Tate Taylor es incapaz de expresarlo con su trabajo (es un decir) tras la cámara–, que Rachel ha idealizado a Megan y Scott, quienes le parecen “la pareja perfecta” –esa “pareja perfecta” que ella creía formar con Tom en sus buenos tiempos juntos–, y que al final resultan ser, pura y simplemente, seres humanos, pues Rachel sospecha, con horror, que Megan está engañando a Scott con el psiquiatra al que visita con frecuencia, el Dr. Kamal Abdic (Édgar Ramírez). Hay más cosas: Megan también es una mujer con “un pasado” (pulula por ahí un hecho traumático que la marcó de por vida); y, tras otra noche de borrachera, de la cual no recuerda apenas nada, Rachel sospecha que ella pudo haber asesinado a Megan en un arranque de celos y de decepción, dado que esta última ha desaparecido y no existen pistas sobre su paradero… Tate Taylor resuelve todo este embrollo, más complicado que complejo y en el fondo de una vulgaridad aplastante, haciendo gala de una planificación no menos vulgar y adocenada, donde el primer plano reina por encima de cualquier otra consideración. Queda para el recuerdo la buena labor de sus tres actrices protagonistas, las cuales se esfuerzan por meter toda la carne en un asador donde en ningún momento prende llama alguna. “Hay cosas que preferirías no haber visto”, reza el eslogan publicitario de este film. La chica del tren es una de ellas…



Madrid, 2011: Que Dios nos perdone (2016), de Rodrigo Sorogoyen. Que Dios nos perdone hace gala de tres de las secuencias mejor construidas que hayamos visto últimamente en el cine español. Una de ellas está cerca del principio del relato: los inspectores Luis Velarde (Antonio de la Torre) y Javier Alfaro (Roberto Álamo) investigan el escenario de un crimen que, a simple vista, sus compañeros ya han catalogado de manera superficial: la muerte de una anciana, cuyo cadáver ha sido hallado en el rellano de la escalera donde vivía, en teoría asesinada a manos de un ladrón que se coló en su piso y al cual ella intentó, fatídicamente, detener; Velarde, introvertido, silencioso, tartamudo, aseado, y Alfaro, extravertido, rudo, sudoroso, a veces violento, inspeccionan la vivienda de la anciana –mejor dicho: Alfaro deja espacio a su compañero Velarde, porque confía en su intuición más que nadie, para que lleve a cabo dicha inspección–, y, al final, Velarde concluye, con acierto, que la anciana, además de asesinada, ha sido violada; todo ello filmado de una manera directa, naturalista, pero al mismo tiempo minuciosamente atenta a los gestos y miradas de sus magníficos actores. La segunda secuencia a la que me refiero es la que lleva a cabo uno de los dibujos más precisos de la singular psicología del personaje de Velarde; antes de llegar a ella, hemos visto a Velarde observando con interés a Rosario (María Ballesteros), la mujer que se encarga de la limpieza en la escalera donde vive; luego, en la secuencia a la que me vengo a referir, Velarde invita a entrar en su piso a Rosario, quien acepta de buena gana la invitación porque siente asimismo interés hacia él; pero, poco después, Velarde intenta propasarse sexualmente con Rosario, y como consecuencia de ello, la mujer cae al suelo, se golpea en la cara con la esquina de un mueble, mancha de sangre la alfombra y, dolida, humillada y avergonzada, se marcha sin decir palabra, y sin que Velarde, avergonzado, haga nada por deternerla: el realizador Rodrigo Sorogoyen –de quien, visto lo visto, tendré que ir recuperando sus anteriores trabajos para el cine, 8 citas (2008) y Stockholm (2013)– resuelve excelentemente este tenso momento mediante un bello plano-secuencia atento, asimismo, a la labor de los intérpretes y al adecuado aprovechamiento del espacio escénico. Un gran momento que, posteriormente, tiene un curioso contrapunto de construcción inversamente proporcional: Velarde se presenta en el domicilio de Rosario, y llama a su puerta; la mujer abre la puerta…; elipsis: Velarde y Rosario duermen juntos, después de haber hecho el amor: el carácter explícito, crudo, del anterior plano-secuencia contrasta ahora con la resolución elíptica, pudorosa, del perdón de Rosario a Velarde por su violento impulso anterior, y la reconciliación sellada en la cama. La tercera gran secuencia es justamente la del final: una especie de epílogo, temporalmente situado años después de la acción principal del relato y que no voy a “destripar” en atención a quien todavía no haya visto el film, pero del cual sí que puedo decir que, a pesar de su carácter extravagante, casi de anticlímax, constituye un colofón tan amargo como lúcido y coherente con todo lo que hemos anteriormente en relación a la psicología de los personajes.


Que Dios nos perdone transcurre en Madrid, en el verano de 2011, coincidiendo con la visita del papa Benedicto XIV a la capital española; y, por más que este aspecto no acabe de estar debidamente profundizado, lo cual es una lástima, la coincidencia de la visita papal con la investigación llevada a cabo por Velarde y Alfaro en torno a los supuestos crímenes de un asesino en serie que, además de matar a ancianas solitarias con inusitada violencia, las viola con no menos crueldad, da pie a una dolorosa paradoja: la estancia del representante de la Iglesia Católica en Madrid, lejos de ser una “bendición”, parece más bien una especie de invocación al Mal: la ciudad está impregnada de calor, de abarrotamiento humano, de perversión, de maldad, justo en su momento (se supone) más “beatífico”. Es una pena, asimismo, que haciendo gala de tanto atractivo en los buenos momentos que hemos mencionado, a ratos la película se disperse un poco: cf. todo lo relativo a la crisis personal, matrimonial y familiar de Alfaro, aunque bien planteado, tiene un relativo interés, contribuyendo más que nada a aumentar el metraje de un film acaso demasiado largo (127 minutos). También se cuela alguna que otra torpeza: cf. el momento en que, por pura casualidad, Velarde identifica en plena calle al violador y asesino de ancianas porque le ve haciendo un gesto que, en principio, le delata: darle de comer a un gato; es un defecto más de guion que de otra cosa, por más que está cogido por los pelos, y sin perjuicio de que, a cambio, sirva de justificación para una vigorosa secuencia de persecución a pie por las calles y el metro de Madrid. Pese a todo, Que Dios nos perdone es un interesante y a ratos muy intenso thriller, que se inscribe fácilmente entre los mejores exponentes de la reciente y, con todas sus irregularidades, muy estimulante ola de cine policíaco nacional –sin ánimo de pontificar: No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu), La isla mínima (Alberto Rodríguez), El Niño (Daniel Monzón) y El desconocido (Dani de la Torre)–, que está haciendo mucho por subir el nivel medio de calidad de un cine, el “nuestro”, que no está para grandes alegrías, mal que pese en las instancias oficiales.  

domingo, 6 de noviembre de 2016

“DIRIGIDO POR…” de NOVIEMBRE 2016, a la venta



La llegada (The Arrival, 2016), de Denis Villeneuve, es la película destacada en la portada del núm. 471 de Dirigido por…, correspondiente al mes de noviembre de 2016.


Otros contenidos destacados en la tapa son un artículo que hemos escrito a medias Quim Casas y un servidor sobre Estructura, tiempo e historia en los biopic de Clint Eastwood, elaborado con motivo del estreno de su más reciente propuesta tras las cámaras, Sully (ídem, 2016); así como la crítica de The Neon Demon (ídem, 2016), asimismo escrita por mí, que se complementa con una entrevista con su director, Nicolas Winding Refn, que ha elaborado Roberto Morato; y la reseña, también extensa, de La próxima piel (La propera pell, 2016), de Isaki Lacuesta e Isa Campo, escrita por Anna Petrus.


También hay que destacar la segunda entrega del dossier en tres partes dedicado a Raoul Walsh, y que este mes consta de los siguientes contenidos: “Westerns” tardíos. Últimos paseos por el Oeste americano, escrito por Juan Carlos Vizcaíno Martínez; Walsh y la aventura. Como razón y como pasión, de Ramon Freixas & Joan Bassa; Comedias y musicales. Walsh a la sombra de otros géneros, que firma el que suscribe; y Tipologías en el cine de Walsh. Los hombres que conducen la acción, de Quim Casas.


El número se completa con el artículo Teatro digital. ¿Pueden las artes escénicas mirarse en el espejo del cine?, escrito por Óscar Brox, que inaugura la nueva sección Opinión; la crónica del Festival de Sitges 2016, firmada por Roberto Alcover Oti; el artículo In Memoriam de Rafel Miret dedicado al malogrado Andrzej Wajda; la sección Flashrecent, escrita por Quim Casas, que este mes recupera el film de Brian de Palma Passion (2012), con motivo de su emisión en Movistar Acción; el comentario de la primera y segunda temporada de la serie Narcos (ídem, 2015-2016), escrito por Óscar Brox para la sección Televisión; la sección Críticas, con reseñas de otros estrenos destacados del  mes; la sección Home Cinema, con comentarios de Juan Carlos Vizcaíno Martínez, Tonio L. Alarcón, Quim Casas y Ramon Freixas & Joan Bassa; la sección Cine On-Line, con textos de Israel Paredes Badía y Joaquín Torán; la sección Libros, con comentarios de Ramon Freixas, Quim Casas, Israel Paredes Badía, Diego Salgado y Óscar Brox; la sección Banda Sonora, de Joan Padrol; y la sección En buca del cine perdido, que este mes incluye una estimulante rareza de Vittorio Cottafavi, Traviata ’53 (1053), que analiza Valerio Carando.


Ya he avanzado que mi contribución a este número de Dirigido por… consiste, en primer lugar, en una extensa crítica del interesante film de Nicolas Winding Refn The Neon Demon


…y del comentario de la película de Clint Eastwood Sully que cierra el artículo coescrito con Quim Casas dedicado a las aproximaciones de este cineasta al género del biopic


…así como un artículo para el dossier Raoul Walsh: Comedias y musicales. Walsh a la sombra de otros géneros.


A ello hay que añadir la crítica del film de Na Hong-jin El extraño (Goksung, 2016).

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miércoles, 2 de noviembre de 2016

“GUILLERMO DEL TORO. LAS FÁBULAS MECÁNICAS”, ya a la venta



Ya se encuentra disponible en librerías otro estupendo volumen en el que he tenido la enorme satisfacción de colaborar en fecha reciente. Se trata de Guillermo del Toro. Las fábulas mecánicas, una obra coordinada por Juan Andrés Pedrero Santos que publica Calamar Ediciones en una edición particularmente cuidada a nivel de calidad de impresión, papel y amplia oferta fotográfica en color.


Con prólogo de Santiago Segura, este ensayo de más de 240 páginas aborda la carrera de este brillante y simpático realizador mexicano a través de los siguientes contenidos: un texto introductorio, Guillermo del Toro. Una vida entre fábulas, a cargo de Pedrero Santos; y, a continuación, un comentario de todos y cada uno de sus largometrajes hasta la fecha: Cronos. Mala sangre, por Tonio L. Alarcón; Mimic. La humanidad en peligro, por Rubén Higueras Flores; El espinazo del diablo. De la esencia de los fantasmas, por Carlos Díaz Maroto; Blade II. Entre la experimentación y el encargo, por José Luis Salvador Estébenez; Hellboy. La mano de piedra del destino, por Adrián Sánchez; El laberinto del fauno. Las pruebas mágicas de Ofelia, escrito por un servidor; Hellboy II. El ejército dorado. Y aun así, nunca seremos humanos…, por Javier G. Romero; Pacific Rim. Monstruos contra monstruos, por Pedrero Santos; y La cumbre escarlata. Gótico tardío, por Diego Salgado. El volumen culmina con una extensa Entrevista con Guillermo del Toro a cargo, también, de Pedrero Santos; y con una serie de apéndices: la Biografía de un personaje: Lucille Sharpe, escrita para la ocasión por el propio Del Toro; Filmografía, Bibliografía e Índice onomástico.


Como he apuntado, mi contribución a esta obra colectiva consiste en un comentario sobre El laberinto del fauno: “lo más destacable de “El laberinto del fauno” reside, como siempre en Del Toro, en su decidida convicción a la hora de expresar la convivencia, casi me atrevería a decir que “natural”, entre lo fantástico y lo real. Para Del Toro, la Fantasía y la Realidad no solo conviven en un plano de estrecha igualdad, sino que incluso la existencia de la una sería completamente imposible sin la de la otra, y viceversa”.